La Cruzada Nacional de

Alfabetización

Una milpa que dio sus frutos

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La presente narrativa escrita con el propósito de demostrar cómo un acontecimiento sociocultural realizado con entrega y amor hacia los demás, brindó los frutos deseados y enalteció los valores supremos de la hermandad, la solidaridad y la superación de las personas y de la sociedad en general. La Cruzada Nacional de Alfabetización sintetiza el sacrificio y heroicidad de un pueblo volcado a romper las cadenas que lo ataban y oprimían, darlo todo por el bien común. Es el desprendimiento de una juventud sedienta y deseosa de aportar su granito de arena para la transformación social de una nación que, siendo pequeña geográficamente, sueña con ser grande en valores, creatividad con identidad, dignidad y vocación soberana de defender la paz y su autodeterminación.

Para comprender la esencia del contenido del escrito es pertinente describir el medio geográfico rural donde comienza y se desarrollan parte de los acontecimientos. Aquí narro cómo vivieron los campesinos aquella experiencia hermosa de albergar y convivir con jóvenes, casi niños, y adoptarlos como si fueran sus hijos e hijas u otro familiar cercano.

El proceso revolucionario y cultural cambio la vida de los individuos y de la sociedad en general. El texto está redactado de manera autobiográfica, con la intención de sintetizar toda la experiencia vivida como un alfabetizado que, a partir de ese magno acontecimiento logró formarse y servir a la sociedad desde la docencia. También, he tratado de plasmar mi agradecimiento con todos esos hombres y mujeres que han contribuido en mi formación, sobre todo a los que hicieron la revolución y dieron sus valiosas vidas: a los héroes y mártires.

La formación profesional es muy importante para todo ser humano. Esta se vuelve trascendental cuando se desarrolla un proceso revolucionario que encuentra al individuo con 14 años de edad, sin saber leer ni escribir y, a partir de un acontecimiento inédito, como la Gran Cruzada Nacional de Alfabetización, es proyectado hacia el aprendizaje real. En este momento se combinan el conocimiento académico, intelectual, científico, técnico y político-ideológico con ese conjunto de saberes y experiencias que da la vida misma y mejor aún si esta relación de vida y ciencia está vinculada con las vivencias del campo y sus hermosas raíces culturales.

Mi comunidad

Al iniciar esta narrativa historiográfica, considero importante poner en contexto, en primer lugar, que soy originario del municipio de Achuapa del departamento de León. Nací y crecí en una comarquita pedregosa o más bien lajosa, donde enormes planchas de roca ígneas se solidificaron hace millones de años y que hoy sirven de simiente para albergar a la comarca que me vio nacer y que muy bien lleva puesto su nombre: Las Lajas, comunidad que limita con las comarcas de San Juan de Limay, departamento de Estelí.

Es en ese lugarcito rural olvidado por la historia, en el extremo noroeste del departamento de León, donde precisamente comienza esta historia, en ese paraje campesino inmerso en un ambiente culturalmente cuasi norteño occidental, pasé mi infancia y mi adolescencia junto a mis padres y hermanos quienes, al igual que mis abuelos, tíos y demás familiares, vivían empobrecidos y analfabetas, sufriendo la exclusión social bajo el yugo oprobioso de la dictadura militar somocista.

Es evidente que la educación no era una prioridad para Somoza y sus secuaces, y lo más duro del abandono social es que muchos de nuestros viejos campesinos terminaban creyendo que eran pobres por designio y voluntad de Dios. Los pobladores de la comunidad nos dedicábamos a las labores agrícolas y a la raquítica ganadería de subsistencia, sin asistencia técnica de ningún tipo y sin financiamiento que nos permitiera mejorar la producción de alimentos o su hato ganadero. Esto como consecuencia del agravante histórico de que las mejores tierras siempre estaban en manos de los terratenientes explotadores de la zona. Las áreas de laderas pedregosas o terrenos escabrosos, abruptos y de difícil acceso estaban destinados para la pobretería excluida y analfabeta.

Con el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, en 1979, el municipio de Achuapa tan solo contaba con una escuela de primaria en el casco urbano y cuatro escuelitas dispersas en el área rural para atender a la población de las 28 comarcas, que en ese momento conformaban el municipio. Estas escuelitas eran incipientes, con una educación primaria incompleta, sin ningún espíritu de superación y carentes de un plan de continuidad educativa.

El censo realizado por el gobierno a raíz del triunfo revolucionario, previo a la gran Gran Cruzada Nacional de Alfabetización, se realizó a nivel general, y no tengo a mano el dato específico de mi comunidad; sin embargo, apegándome a las estadísticas globales que datan que el analfabetismo en Nicaragua superaba el 50 %, como lo planteó en sus momentos Armas (1981) "Se llegó a censar a 1.434.738 personas mayores de diez años, resultando 722.431 personas analfabetas, sin depurar los aptos y no aptos, que representaron el 50.35 % de la población total, este porcentaje nacional encuentra en lo rural más del 80 % y en algunos departamentos un analfabetismo superior al 95 %.

Atendiendo a esto último y como conocedor de mi entorno, puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que el 90 % de la población de Las Lajas y las zonas aledañas no sabíamos leer ni escribir, pues aquella era una de las comunidades que carecían de escuelas. Así, en ese ambiente crecieron y envejecieron mis bisabuelos, abuelos, mis padres y por el mismo camino del oscurantismo íbamos mis siete hermanos y yo. No obstante, esta situación cambió para nosotros, gracias a esa luz que pusieron en nuestro camino el General Sandino y el Comandante Carlos Fonseca Amador: "Y también enséñenles a leer".

La llegada de los brigadistas a Las Lajas

Tras el triunfo de la Revolución Popular Sandinista llegaron aires nuevos de cambio para las comunidades rurales como Las Lajas y muchas más. Era emocionante cuando nos dijeron: "¡Vienen los brigadistas!". Recordemos que en las Lajas todos éramos analfabetas y fue una gran alegría saber que iban a llegar los brigadistas, que en su mayoría eran jóvenes entre 13 y 17 años, que llegaban dispuestos a enseñarnos a leer y escribir.

En Las Lajas y el Guanacaste, desde enero de 1980 comenzaron los preparativos para recibir a "los muchachos". Las familias Pérez, Osorio, García, Vásquez, Quintero, Calderón se dispusieron a darles la bienvenida en la ermita de la comunidad. También lo hicieron los de las familias Cerros, aunque un poco más ariscos, ya que por su condición de evangélicos eran un tanto huraños y esquivos.

Aquel 23 de marzo se dio la bienvenida a los 13 jóvenes destinados para Las Lajas, todos de la ciudad de León. Puedo recordar sus nombres y de algunos hasta los apodos: Mario Gutiérrez García (El Super Pollo), Carlos Guerrero (El Chaparro), Enrique Martínez Herrera (Chespirito), Isidro Rueda Rojas, Mariano López, Oscar Danilo Guardado Salgado, Javier Zepeda Rubí (Cara de Mango), Dionicio Balladares, Silvio Navarro (Pata de Cacho), Fernando Green García (El Marrano), José Ángel Aráuz, Carlos Ortiz, Justo Ochoa, Fernando Téllez Pérez (El Burgués), Eddy Picado (El desertor) y, por supuesto, el más niño de todos, Orlando Betanco Montalván (Vocecita o Voz de niño).

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Nota. Brigadistas originarios de León que participa en la Cruzada Nacional de Alfabetización que estuvieron en Las Lajas. En la foto acompañados por los campesinos: Vicente Vasquez, Eugenio Vasquez, Féix Pedro Osorio, Julio Reyes Osorio y Eloy Pérez Pérez.

El Colectivo de Educación Popular (CEP) de mi casa estaba integrado por los miembros adultos de la familia y seis vecinos más. ¡Todo aquello que nos estaba pasando con la alfabetización era para nosotros el verdadero significado de la Revolución Sandinista! El inicio de la Cruzada Nacional de Alfabetización en Las Lajas fue toda una algarabía, porque venían los muchachos con sus cotonas color gris, las lámparas Coleman (valga el anuncio), las cartillas El Amanecer del Pueblo, las pizarras de cuerina negra, los lápices, las tizas, las primeras lecciones, aprender a leer la frase La revolución. ¡Imagínense, cuan grande era la alegría nuestra con aquel acontecimiento que solo el hecho de ver que el brigadista estaba encendiendo la lamparita, era una emoción desbordante!, porque nosotros no conocíamos esas lámparas, nos alumbrábamos con candiles o con astillas de ocote. ¡Y que alegría era la de todos cuando podíamos deletrear nuestros nombres o cuando alguien del grupo lograba descifrar una palabra!

El brigadista Voz de niño o Vocecita

Orlando Betanco era un adolescente de 12 años, casi un niño que cumplió los 13 años el 13 de mayo en plena cruzada, originario del barrio San Felipe de León. Fue él quien quedó ubicado en nuestra casa, y desde aquel día se convirtió en uno más de nuestra familia. Por el carisma de Orlando, un chavalo extrovertido, de fácil conversación, jodedor y de carcajadas enérgicas; también por la forma de ser de mi padre, un señor humilde pero muy listo, afable y tranquilo y el carácter de mi madre, una mujer muy querendona, servicial y platicadora, rápidamente los demás brigadistas se encariñaron con la familia del Vocecita. Era común después de las clases, por las noches, tener en nuestra casa las grandes tertulias en las que participaban: Chespirito, El Marrano, El Burgués, El Chaparro, Oscar Danilo, Cara de mango y otros, tomando café y contando chistes o riéndose de las anécdotas divertidas que les había sucedido durante el día, por culpa de su analfabetismo sobre la vida en el campo.

Era encomiable la labor del brigadista Orlando Betanco, luchando cada tarde para que todos los miembros de su CEP aprendiéramos a leer y escribir; recuerdo lo duro que era para él hacer que doña Natalia aprendiera, pues a ella se le había metido en la cabeza que nunca iba a aprender, pero fue tanto el empeño que le pusieron ambos, que al final lo lograron. Es importante decir, al igual que los demás jóvenes de León, lo hacían con sus familias campesinas, Orlando también trabajó en el campo con nosotros, sembrando frijoles, maíz y trigo millón u ordeñando las vacas. Cierto día mi madre hasta unos piojos le extrajo de la cabeza, pues como todo cipote, el Voz de niño se divertía, bañándose en las pozas de la quebrada o jugando los juegos del campo, junto a nosotros o enseñándonos los juegos nuevos traídos de la ciudad.

A mí se me hacía difícil comprender cómo era posible que siendo yo dos años y medio mayor que Orlando, él ya tuviera un segundo año de secundaria aprobado y yo apenas me estuviera alfabetizando. Debo recordar que él siempre fue un jovencito muy inteligente, sabía de todo: de lectura, de música, de historia, de la vida urbana, de la revolución, etcétera. Sin embargo, Néstor, mi hermano, y yo que siempre andábamos con él, no comprendíamos y comentábamos que cómo Orlando siendo un tipo tan listo, no supiera la diferencia entre un toro y un buey, una albarda corriente y una montura o entre una yegua y una burra.

Orlando Betanco o Vocecita, como lo llamaban sus compañeros, por tener a su edad una voz ronca y un vocabulario exquisito que se hacía escuchar, tenía una pronunciación correcta de las palabras; hacía que nosotros, los cipotes campesinos con nuestros acentos norteños, lo sintiéramos muy elegante y sofisticado. Fue Orlando Betanco quien condujo nuestros aprendizajes de las letras, la esencia viva de revolución y nos llevó a mi hermano Néstor y a mí por vez primera a conocer la ciudad de León. ¡Qué maravilla para nosotros! Ir a León, ver por vez primera la catedral, subir al fortín, ver por vez primera un edificio de cuatro pisos: el hospital de León. Posteriormente, Orlando fue movilizado en varias ocasiones en defesa de la revolución. Es el mismo Orlando Betanco a quien unos años más tarde me lo encontré desempeñándose como un excelente profesor de Matemática en la ciudad de León.

Y aprendimos en cinco meses …

Al finalizar los cinco meses, los brigadistas alfabetizadores habían alcanzado su cometido, lograron alfabetizar a casi todos los campesinos de Las Lajas y El Guanacaste. En mi caso particular, ¡Qué alegría! cuando yo pude escribir mi nombre Juan Ramón Osorio Pérez, pude escribirlo gracias a la Cruzada Nacional de Alfabetización, gracias a la Revolución.

Esa luz maravillosa que nos llegaba era la que los enemigos de la revolución no querían para nosotros; por ello, el imperialismo y sus lacayos hicieron todo lo posible por truncarla, incluso asesinando a brigadistas como Georgino Andrade, primer mártir de la Cruzada — porque la contra asesinó a ocho más. Sobre Georgino el diario Barricada (2023) publicó: "El 18 de mayo de 1980, Georgino Andrade fue asesinado por la contrarrevolución. Caía el primer mártir de la Cruzada Nacional de Alfabetización. Lo asesinaron por ser un joven carismático y con mucho liderazgo en las comunidades rurales en las que trabajaba. Con ese atroz crimen, la contra y el imperio, que la financiaba, pretendían sembrar el terror en el pueblo y detener la Cruzada".

Gracias a la sangre derramada por nuestros mártires es que hoy decimos que esta lucha es sagrada. Una jornada de cinco meses llena de solidaridad, patriotismo y humanismo. La Cruzada sirvió para vincular al campo con la ciudad; se había producido un aprendizaje socioeducativo en dos direcciones, ya que nosotros habíamos aprendido a leer y a escribir, a comprender que el mundo llegaba más allá de nuestras piedras, habíamos aprendido a sentir la revolución y a vivirla como una luz de fulgurantes destellos que se posaba sobre nuestros cerebros, sedientos de saber cosas nuevas, sin dejar de lado la idiosincrasia campesina. Se establecieron lazos familiares y de convivencia entre el campo y la ciudad que en algunos casos sobreviven, aún después de 40 años de la gran epopeya, de esa gran insurrección cultural que marcó a la sociedad nicaragüense.

La Cruzada fue esa simbiosis entre el campo y la ciudad. Los muchachos que llegaron a alfabetizar aprendieron de nosotros y nosotros aprendimos a leer y escribir, un aprendizaje que nos permitió afianzar nuestra toma de conciencia. El campesinado comprendía que desde su labor agrícola era partícipe de una Revolución en marcha que le restituía sus derechos y el estudiantado de la ciudad, que hay un campo que produce la comida que viene a la ciudad.

"Todo mundo ha catalogado la Cruzada Nacional de Alfabetización como la epopeya cultural más determinante en la historia de Nicaragua y, efectivamente, no deja de ser esta afirmación que pareciera tal vez un poco exagerada, pero cuando analizamos las circunstancias, los componentes, los pormenores, realmente uno tiene que rendirse ante la evidencia de que se llevó a cabo una verdadera insurrección, una verdadera revolución cultural". (La voz del sandinismo, 2010).

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Nota. Los profesores cubanos que fueron mis maestros Rolando Acosta Alfonso (izquierda) e Israel Reyes Fernández (del medio) acompañados del maestro Gustavo Tejero (derecha). Todos miembros del Contingente "Augusto César Sandino"

Después de la Cruzada con los cubanos

El profesor cubano, Muchulí, como le llamábamos cariñosamente, era un mulato de Guantánamo, amable servicial; se hizo amigo de toda la comunidad y de los brigadistas, era un verdadero maestro de vocación. Con él cursamos primero y segundo grado. Luego llegarían los maestros Rolando Acosta Alfonso, originario de La Habana e Israel Reyes Fernández de Villa Clara, con quienes aprobé el tercero y cuarto grado, respectivamente.

En 1983 fui movilizado en los batallones de reserva donde sufrimos un accidente automovilístico al volcarse un camión militar; como consecuencia de ello murieron algunos compañeros y mi padre quedó con una discapacidad para siempre, por lo que debí asumir desde muy joven la responsabilidad del hogar para ayudar a mi madre y hermanos.

Ese mismo año, como consecuencia del recrudecimiento de la guerra de agresión imperialista en la zona, los cubanos tuvieron que ser removidos a zonas más seguras. Por ello, el quinto grado lo aprobé con maestros nicaragüenses. Sin embargo, la Cruzada me había despertado el interés por prepararme, había encendido en mí la chispa y el deseo de obtener mayores conocimientos, ya había sembrado en mí la semilla de la superación, la cual fue afianzada con las enseñanzas de los cubanos con quienes logré un avance significativo desde el punto de vista de la lectoescritura, interpretación y comprensión lectora, creación literaria, comprensión de la realidad y toma de conciencia de clase, un aprendizaje y formación políticoideológica que me permitió abrirme camino como líder juvenil de Juventud Sandinista 19 de Julio, tanto en Las Lajas como en el municipio de Achuapa.

En 1984 logré cursar el sexto grado en la Escuela Adelita Sorto de Achuapa. Justamente, en esos mismos días se había dado el traslado de mi familia, desde la comunidad de Las Lajas hacia la comunidad de El Lagartillo, una cooperativa y asentamiento ubicado a unos cuatro kilómetros al sur de Las Lajas en el mismo municipio. El traslado se hacía por medidas de seguridad, ya que, según nuestras autoridades y nosotros mismos, estaríamos más seguros ahí, pues en Las Lajas estábamos siendo asesinados por los mercenarios de la contra que operaban de Honduras, entrando por San Francisco del Norte y San Juan de Limay. El último día de ese año la cooperativa "Santiago Aráuz Reyes" de EL Lagartillo fue cruelmente atacada por la contrarrevolución, asesinando a seis miembros de la comunidad, de los cuales, tres eran familiares míos.

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Nota. Juan Ramón Osorio Pérez (derecha), acompañado de Maurice Demirerre (izquierda), cooperante suizo, asesinado por la contrarrevolución en Somotillo, en febrero de 1986.

Posteriormente, ingresé a estudiar educación secundaria en el Instituto Rodolfo Reyes Toruño de Achuapa. Sin embargo, en 1986 tuve que interrumpir mis estudios para integrarme a cumplir con mis dos años de Servicio Militar Patriótico (SMP) en la zona de San Rafael del Norte y luego en la 21 Brigada de Infantería Mecanizada, ubicada en Las Grietas, departamento de Chinandega, finalizando en la unidad militar Gaspar García Laviana, municipio de Villa Nueva.

Al salir del SMP decidí irme a estudiar a la Facultad Preparatoria de León con una beca que otorgaba el gobierno revolucionario para los hijos de obreros y campesinos. Así logré bachillerarme en 1990 a la edad de 25 años.

Aquellos fueron años muy duros por las secuelas de la guerra en todos los aspectos. El FSLN había perdido las elecciones en abril de ese año y la triunfante derecha proyanqui venía con todo su venenoso revanchismo contra los derechos del pueblo, aplicando las más abyectas medidas neoliberales; desde el primer momento enviaron a miles de trabajadores al desempleo, violaron los más elementales derechos que habían sido restituidos por la Revolución, comenzaron a desmontar todo lo que estuviera relacionado con la alfabetización y la educación en general.

Ingresé a la UNAN-León

En 1991 ingresé a la Facultad de Ciencias de la Educación, siempre becado, pero ahora en condiciones difíciles, pues ya no teníamos al gobierno revolucionario y tuvimos que lanzarnos a las calles, en protestas para no dejarnos arrebatar el 6 % constitucional que estaba destinado a la educación superior. Eran los días más difíciles de los años 90 en que varios compañeros abandonaron el estudio, pues ya les costaba más a sus padres apoyarles.

Recuerdo que para esos años 1992, 1993, ya había nacido mi hija Yahoska, y en varias ocasiones en que viajé hasta El Lagartillo conseguía prestados los veinte córdobas del pasaje o terminaba yéndome al raid, para poder ir a ver a mi hija, a mis viejos y hermanos. El regreso también era sumamente difícil, porque en la casa de mi mamá no había dinero y ella tenía que sacrificar los frijoles o la cuajada de la comida diaria para darme algo de dinero. Por ello, en la mayoría de las veces prefería no ir y me quedaba en la PREPA hasta dos o tres meses sin ir a la casa.

Mientras pasaba por esas vicisitudes, yo pensaba y recordaba que allá en Las Lajas, en 1980, cuando andábamos trabajando en la huerta con algunos de los brigadistas, ellos nos decían que la alfabetización debía ser como esta milpa que da chilotes y elotes: —ya verán—, nos decían, —también la alfabetización será esa milpa que dará sus frutos—. Por ello, le puse mayor empeño para no irme de la Facultad a pesar de la crisis y la pobreza en que vivía mi familia durante la década de 1990.

Siempre fui un alfabetizado convencido de que la cruzada no solo me había sacado del oscurantismo, sino que se trataba de un proceso libertario culturalmente mucho más profundo, una acción liberadora según los postulados de Paulo Freire, pues como bien lo planteó Arrien (2006, p. 3) la Cruzada significó "la realización de la acción global sin precedentes en la historia de Nicaragua con la finalidad de erradicar el analfabetismo. Esta acción alimentada por la concepción y espíritu pedagógicos contenidos en la experiencia de Paulo Freire y de lecciones derivadas de la alfabetización en Cuba convierten a la Cruzada en un todo político-pedagógico donde se conjugan fuertemente la organización, movilización y participación de todo un pueblo".

Ese espíritu de lucha impregnado con la sangre de Georgino Andrade, primer mártir de la Cruzada, fue lo que me mantuvo receptivo y participativo, pues aun con todos los tropiezos y peripecias sufridas, como consecuencia de las medidas neoliberales, nunca pensé en dejar mis estudios. Siempre me enfoqué en lo que deseaba: coronar mi carrera de Ciencias Sociales y convertirme en maestro de esa área. Antes de egresar de la Facultad, estuve trabajando en un colegio religioso, el que muy pronto me mandó a la calle, dando cumplimiento a las políticas neoliberales.

En 1995 nació mi segunda hija, Perla Nadieska, y aunque no tenía un empleo fijo, traté de culminar mis estudios, a pesar de tener que asumir mayores responsabilidades, ahora ya con dos hijas. Ese año me gradué de licenciado en Ciencias de la Educación con mención Ciencias Sociales. Al mismo tiempo, inicié labores como docente de educación media en un colegio privado que me abrió las puertas y me brindó la oportunidad de trabajar y graduarme verdaderamente como maestro de vocación, pues tanto la directora como la subdirectora me permitieron poner en práctica mis conocimientos y mis estrategias metodológicas basadas en el constructivismo, el aprender haciendo, que tanto aprendizaje nos dejó tanto a mis estudiantes como a mí mismo.

Aunque cada año intentaba obtener una plaza en el Estado, nunca lo logré, ya que los funcionarios del Ministerio de Educación de los gobiernos de derecha siempre me rechazaron. —No hay vacante—, me decían. Ahora, pienso que nunca me dieron la oportunidad por varias razones: a la derecha le molesta que los pobres surjamos y nos preparemos, otra razón pudo haber sido el hecho que soy un campesino sandinista. La verdad es que siempre me evadieron y por ello, para ganar el sustento de mi familia tuve que defenderme en el colegio privado, donde creo haber cumplido muy bien la misión de docente que se me encomendó.

Continué con mi preparación

Debo decir que hay episodios que, a uno como ser humano lo marcan en la vida hasta para la toma de decisiones. Para mí, la Cruzada Nacional de Alfabetización fue un acontecimiento sin precedentes. La relación establecida con los muchachos brigadistas en ese hecho histórico, trabajar con ellos en el campo, aprender a leer y escribir fue como una luz puesta en el camino, dado que me permitió aprender a dimensionar la vida de otra manera. A partir de ese acontecimiento no he dejado de estudiar, pero, sobre todo, me dio el ímpetu para sobreponerme ante los obstáculos y seguir adelante con mi preparación.

Durante 12 años luché por obtener una plaza en el Estado como docente de educación media, nunca lo logré. No obstante, no estaba dispuesto a estancarme, por ello, "haciendo de tripas corazón" logré realizar varios cursos académicos: un Diplomado de Filosofía y Ética Profesional en la UNANLeón, un posgrado en Políticas y Gestión Educativas desde la Escuela Base, un Diplomado en Investigación Acción Participativa, ambos auspiciados por el Instituto de Educación de la Universidad Centroamericana (IDEUCA).

En el año 2008, ya con el gobierno revolucionario en el poder, obtuve la plaza en el Estado y durante tres años ocupé el cargo de asesor pedagógico del Ministerio de Educación en León. En el año 2009 participé en los VIII Juegos Florales Centroamericanos, Belice y Panamá, realizados en homenaje a Mariana Sansón de Buitrago, con el poemario Sombras de mi otro yo y Frutas y Versos del Trópico. Obtuve el primer lugar, por lo que se me otorgó la Flor de Liz en Oro y un pergamino de reconocimiento, más el derecho a publicar mi poemario. En el año 2012 egresé de la Maestría en Didácticas Específicas de las Ciencias Sociales en la UNAN-Managua, mediante convenio con la Universidad de Barcelona, España. En 2015, con la colaboración de la Alcaldía de Achuapa y la UNAN-León, publiqué el libro historiográfico Achuapa Alma vida y corazón.

En 2015 fui delegado por la UNAN-León para formar parte de la Comisión Ejecutiva de Articulación Educativa MINED-CNU. Durante tres años desempeñé el cargo de coordinador del Diplomado en Gestión Educativa para directores y subdirectores de Educación Básica y Media. En el año 2018 dejé el cargo en el CNU para desempeñarme como Vicedecano de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades en la UNAN-León. También, imparto clases en el área de Ciencias Sociales, lo que me permite mantenerme activo como docente y en contacto con los estudiantes.

Todos los anteriores son logros personales, pero sin la sangre derramada por los héroes y mártires nunca los hubiera logrado, sin una Revolución verdadera nunca hubiera alcanzado dichos triunfos. Yo, sin Revolución, a lo mejor ya me hubiera muerto del sol, pues mis riñones hubieran sucumbido por el trabajo bajo el sol o por el abuso del alcohol. La Revolución para mí significa todo, por ello soy y trato de ser siempre leal a mis principios.

A manera de conclusión

La Cruzada Nacional de Alfabetización constituye la epopeya más grande como proyecto social y como símbolo de amor y solidaridad que ha desarrollado el pueblo de Nicaragua gracias a la Revolución Popular Sandinista. La Alfabetización fue una luz con que Sandino y Carlos Fonseca iluminaron nuestro camino y con la Revolución se hizo realidad. La Alfabetización es la manera más viable para la reivindicación de los derechos e identidad del campesino; le permite darse cuenta que existe como ser humano y como ser social productivo, no como objeto de explotación, sino como un sujeto activo que puede construir su propio destino.

La cruzada ha sido elogiada por muchos expertos en educación como un proyecto hecho realidad, es decir, que no se quedó en el discurso, como proceso aglutinador y de repercusiones socioculturales de gran alcance. Así lo plantea Arrien (2006): "La Cruzada de Alfabetización del año 1980 entraña un hito importante en la historia educativa de Nicaragua, íntima e inseparablemente conectado con la fuerza de un Proyecto Político, revolucionario y popular. De ahí su sello característico y propio. La Cruzada fue galardonada con el premio Nadezhda Krúpskaya de la UNESCO (1980), premio que otorga la UNESCO a las personalidades, organismo o países que realizan acciones en pro del desarrollo de los pueblos en materia cultural y educativa.

Las oportunidades y puertas que me abrió la gran Cruzada Nacional de Alfabetización, las he asumido con responsabilidad, como el punto de partida para formarme profesionalmente y trascender al servicio de las presentes y futuras generaciones, es decir, desempeñándome al servicio del proceso revolucionario y de las transformaciones sociales que desarrolla nuestro buen Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, que a diario lucha por erradicar el analfabetismo la pobreza y otros nefastos flagelos heredados por los sistemas políticos y socioeconómicos, explotadores e inhumanos.

Me siento orgulloso de ser parte de un proceso revolucionario que trabaja por hacer grande a la patria con la creatividad de sus ciudadanos. Un pueblo que lleva en sus venas la sangre de mujeres y hombres patriotas, dignos y orgullosos de su identidad. Una nación que lleva impregnada en su ser la sangre de Nicarao, Diriangén, Andrés Castro, Darío, Sandino y tantos más, nobles personajes que son el vivo ejemplo de esa vocación soberana de defender la paz y la autodeterminación de todo un pueblo que, como bien lo dijo el poeta: "tiene la conciencia de ser vivo".

Quiero concluir mi escrito con el poema de mi autoría titulado: "Yo, sí puedo" que, a mi juicio, sintetiza lo vivido por este humilde campesino que valora mucho las oportunidades brindadas por la gloriosa Revolución Popular Sandinista.

YO, SÍ PUEDO

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Yo analfabeto era tan ciego
llegando a viejo y sin saber
hasta que un día un brigadista
me puso en la lista para aprender.
Vi a los muchachos con sus mochilas,
cotona y cartilla para enseñar,
iban deseosos que yo triunfara
y les enseñara a cultivar.

En cinco meses la Gran Batalla,
allá en Las Lajas yo me integré,
pude leer en tan solo cien días
en mi linda cartilla El Amanecer.
Ya nadie más podrá explotarme
ni arrebatarme lo que aprendí,
así yo puedo enseñar a otros
los nuevos rostros de mi país.

Cómo olvidar las lecciones bellas
y la epopeya que se libró,
desde aquel día yo perdí el miedo
hoy, yo sí puedo escribir amor.
Amor que da todo aquel que enseña
que lucha y sueña con gran valor
por acabar con tanta arrogancia
que da ignorancia al trabajador.

Fue una luz puesta en mi camino
que trazó Sandino al amanecer,
y un hermano con visión de Nica
un día en Zinica logró encender.
Muchas naciones y pueblos hermanos
nos dieron su mano en la gran misión
y la UNESCO premió la hazaña
Nadiezda Krupskaya fue el galardón.

Hoy, con orgullo yo puedo gritarlo:
Aquí está Carlos tu sueño de ayer;
somos hombres y mujeres de bien
…y también nos enseñaron a leer.

Hoy, yo sí puedo mirar las luces
hoy, yo sí puedo leer y escribir
hoy, yo sí puedo pintar futuros
y darte mi mano para compartir.
Hoy, yo sí puedo sacar mis cuentas
usando el lápiz y el papel.
Ya nunca más andaré a tientas,
pues, de la oscurana ya me libré.
y para que esta luz aquí se mantenga
esta revolución yo siempre defenderé.

Juan Ramón Osorio Pérez
Junio, 2009